Choiquenilahue, traducción literal mapuche, del tehuelche O`oiu kei, significa “vado o paso del avestruz”. Consiste hacia el norte, en un valle recto, abierto, de fondo plano y pendiente suave, de laderas bajas y abruptas que aumentan de altura en la medida que se encajonan en su trayecto hacia el sur. Dos importantes arroyos, el Genoa y el Apeleg, y el río Senguer, confluyen en el valle, regando y trazando cicatrices en su suelo. Visto desde el aire, asemeja un surco abierto sobre una extensión lisa y despojada.
Tolderías de los caciques tehuelches Maniqueque y Sapa, en Choiquenilahue, 1897.
Entre fines del siglo XIX y principios del XX, el valle de Choiquenilahue fue uno de los principales asentamientos humanos del sur del Chubut. Al menos desde la década de 1890, numerosos testimonios escritos demuestran que el valle era utilizado como asentamiento semi permanente o campamento principal de tolderías tehuelches.
También fue utilizado hasta fines del siglo XX como centro ceremonial, donde se congregaban tribus y familias para celebrar camarucos, un ritual ancestral.
Hasta allí llegaron en 1883 unos sesenta tehuelches escapando de las tropas del ejército argentino tras el combate de Apeleg, el penúltimo de la llamada “Conquista del Desierto”. A los pocos días fueron tomados prisioneros y conducidos a pie hasta Valcheta, en Río Negro, distante unos 600 kilómetros de distancia.
La confluencia de los dos arroyos y el río también oficiaba de punto de encuentro e intercambio entre tribus de las varias parcialidades tehuelches y pueblos mapuchizados. En esos parajes se escuchó hablar en al menos cuatro lenguas indígenas.
Hacia fines de 1890 un explorador devenido comerciante ambulante, se estableció en el valle al formar familia con una de las hijas del cacique del lugar.
Confluían en el valle varias sendas indígenas trazadas entre los yuyales en su ir y venir, y algunas de las rústicas huellas y rutas de los tiempos en que los colonos se movilizaban a caballo y en carros. Era lo que podría llamarse una encrucijada o un nudo comunicacional. El boliche del explorador y colono Eduardo Botello, desde fines del siglo XIX, era una parada obligada en la que los viajeros encontraban alojamiento y comida y los animales pasturas y agua. Por la abundancia de esos mismos recursos naturales y el abrigo ante el clima inclemente, también era el punto de confluencia de grandes arreos de vacunos, caballares y ovinos.
Las rutas actuales lo cruzan en dos tramos (en la estación de servicio La Laurita y el desvío a Alto Río Senguer) y lo bordean sobre las alturas adyacentes. A la velocidad en que se movilizan los automóviles modernos no se alcanza a percibir la belleza y las bondades naturales que lo caracterizan. Los pantallazos que se aprecian del valle desde la distancia de la ruta, resultan indiferentes, austeros, aparentemente carentes de grandes atractivos. Pero los nuevos trazados propiciaron que el valle se congelara en el tiempo, lo acallaron de voces humanas. Al dejar de ser transitado y frecuentado por viajeros, se han vuelto a desplegar los antiguos bosquecillos de calafates, molles y otros arbustos que fueron talados para ser utilizados como leña.
Asimismo, se han conservado los vestigios de antiguos asentamientos del tiempo de los colonos, de tolderías de los tehuelches y de los hombres de la prehistoria, vestigios estos últimos popularmente conocidos como “picaderos” o “talleres líticos” por los arqueólogos.
Una nutrida bibliografía de la época de los exploradores y de los comienzos de la colonización, da cuenta de la importancia que revistió el valle en la región para la vida humana. La colonización del sur de la actual provincia del Chubut comenzó en Choiquenilahue, dato mayormente desconocido. En la actualidad, sólo los habitantes de las regiones circundantes conocen la existencia de un sitio rebosante de vida pero sumido en un silencio eterno, que se llama Choiquenilahue. Contradiciendo el nombre en lengua mapuche del topónimo, era un espacio esencialmente tehuelche.
Los atardeceres en el valle, cuando el sol se despliega rasante tiñendo el entorno de un amarillo-naranja furioso, pocos minutos antes de cerrarse tras el horizonte, acentúan la fuerza esencial de la naturaleza. Da la impresión de ser un paisaje que se está rehaciendo de sus escombros, revigorizado de soledad.
2 comentarios:
¡Qué difícil retratar la inmensidad en un cachito de imagen! y sin embargo,acá está. Espero algún día poder ir ahí...
Es un paraiso , encierra los mejores recuerdos ,es apasionante observar tanta maravilla de nuestra naturaleza !!!!!!!!!!!!!!1 silvy
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